-Señora, ¿conoce a alguna joven embarazada que viva por este sector? —preguntó el Guatón Romo a una de las vecinas, en alusión a Carmen Castillo Echeverría -Catita-, compañera de Enríquez y quien esperaba un hijo suyo, antecedente obtenido durante sesiones de tortura a miristas.
—Ah, sí, vive por ahí -respondió la anónima mujer, y en ese instante Romo supo que se encontraba a metros de su presa mayor, casi olfateando su sangre.
Era cerca de la una de la tarde del sábado 5 de octubre de 1974 y los hombres de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), principal aparato represivo del régimen militar, se ponían en "alerta roja". Todo indicaba que ese día podrían encontrar al jefe mirista. En el centro de detención de José Domingo Cañas, los agentes de seguridad se movilizaban rápidamente, las camionetas se aprestaban a salir, los teléfonos no paraban de sonar y por las radios se vociferaban órdenes presurosas. En el hogar de calle Santa Fe, se habían levantado temprano aquella mañana. Todos tenían tareas que realizar y la hora para reencontrarse estaba fijada a las 17 horas.
La Catita partió en busca de una nueva casa donde refugiarse; Humberto Sotomayor, Tito, segundo hombre del MIR y encargado de la seguridad de su líder, debía acudir a un contacto con Andrés Pascal Allende, Pituto. Miguel Enríquez y José Bordaz Paz -El Coño Molina-, encargado de la Fuerza Central (rama armada del movimiento) y quien había pasado sólo la noche anterior en la casa de Santa Fe, se quedarían trabajando en la misma.
Carmen Castillo regresó a la una de la tarde. Entró por una puerta lateral y se sorprendió al ver a Miguel y Bordaz guardando documentos y preparando la defensa del hogar que les servía de escondite.
Al llegar Tito del encuentro con su enlace, quien se movilizaba en bicicleta debido a que la DINA ya tenía "quemado" el Fiat 125 de color celeste en que se desplazaban, notó el nerviosismo de Enríquez.
—¡La DINA anda dando vueltas! -alertó Miguel, aprestándose a un enfrentamiento que quizás, podría ser el último. Al asomarse Sotomayor a la calle, observó que por ambos lados se acercaban dos hombres, ajenos al barrio y cuyas fisonomías, le parecían demasiado conocidas.
Las temidas camionetas blancas y sin patentes de la DINA comenzaban a pasar una y otra vez, un movimiento poco usual en una calle en la que no transitaban muchos vehículos, y menos aún en un día sábado.
Era inevitable: la "repre" los había detectado. Según fuentes ligadas a esta investigación, el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA), organismo que tenía a cargo la persecución de los disidentes al régimen militar, desde hacía semanas conocían el paradero de Miguel Enríquez en calle Santa Fe 725, e incluso, habrían estado durante largo tiempo vigilando sus pasos desde una casa cercana al refugio del líder del MIR, un dato que nunca ha podido ser confirmado, pero que por las características de la información, y por la pugna interna entre los organismos de seguridad por apresar lo antes posible al jefe mirista, no hace sostenible su verosimilitud.
Entre tanto, aquella tarde, el final parecía acercarse cada vez más. Miguel Enríquez le entregó a Tito las llaves de la pieza donde guardaban el armamento, ordenando enseguida:
—¡Los fierros, saquen los fierrosl
A escasas cuadras del lugar, todos los miembros de la Agrupación Caupolicán (de la cual, Brigada Halcón formaba parte), rajaban sábanas para hacer improvisados brazaletes, que, colocados en uno de los brazos, les servirían de distintivo. La Agrupación Caupolicán estaba compuesta por cuatro Brigadas; Águila, Tucán, Vampiro y Halcón.
Al mando de la Caupolicán, se encontraba el oficial de Ejército Marcelo Moren Brito, quien en septiembre de 1973 se desempeñaba como mayor del Regimiento Arica de La Serena. Luego participó en la llamada "Caravana de la Muerte", y estuvo a cargo del centro de detención Villa Grimaldi. En 1976 fue adscrito al servicio exterior y en 1977 es nombrado agregado militar en Brasil. Regresó a la Comandancia en Jefe y permaneció en la Guarnición de Santiago hasta 1984, cuando fue destinado a Arica. En junio de 1985 pasó a retiro con el grado de coronel, y en la actualidad, ha debido enfrentar varios procesos de violaciones a los derechos humanos en los tribunales chilenos.
Por su parte, la Brigada Halcón, grupo operativo de la DINA encargado de la captura del jefe mirista, estaba comandado por el capitán de Ejército Miguel Krassnoff Marchenko, un militar que al momento de ser destinado a los servicios de seguridad, impartía clases de ética en la Escuela Militar. Siendo un joven oficial, Krassnoff participó el 11 de septiembre de 1973 en el asalto a la casa presidencial de Tomás Moro, lugar de residencia de Salvador Allende. Entre enero y febrero de 1974 realiza un curso de Contrainsurgencia Urbana en la Escuela de las Américas, Panamá, para luego ser destinado a la represión del MIR, siendo sindicado como partícipe en numerosas sesiones de tortura y muerte. En 1988 asumió como comandante del regimiento Tucapel en Temuco, desempeñándose como jefe del Estado Mayor de la IV División del Ejército con asiento en Valdivia, pasando a retiro con el grado de brigadier.
En este grupo también trabajaba El Guatón Romo, quien, hasta el golpe de Estado, era un activo y conocido dirigente izquierdista en la población Lo Hermida de Santiago. 3 Identificado como uno de los más crueles torturadores de la DINA, Osvaldo Enrique Romo Mena nació en Santiago el 20 de abril de 1938. Ingresó a principios de los 70 a la Unión Socialista Popular, Usopo. Por este partido, en las elecciones de marzo de 1973, postuló como candidato a diputado por Llanquihue. Luego de ser apresado por organismos de seguridad, después del golpe militar, decide colaborar, denunciar y torturar a sus ex "compañeros". En octubre de 1975 se traslada a Brasil, donde vivía tranquilamente en la localidad de Magi Guazú, cerca de Sao Paulo, hasta que en 1992, la hoy exonerada magistrada Gloria Olivares, ministra en visita en el proceso por el secuestro y desaparición del militante mirista Alfonso Chanffreau2, solicita su deportación a Chile, siendo encarcelado hasta octubre de 2000, para ser nuevamente apresado, esta vez, por el juez Juan Guzmán Tapia. Con respecto a Miguel Enríquez, Romo ha entregado diversas y contradictorias versiones sobre su implicancia en la muerte de este, incluso ha señalado:
"Él sí murió como macho, de frente, no se escondió bajo las faldas de nadie, era muy inteligente ese cabro...".
Además de Romo, esa tarde de octubre de 1974 llegaban al lugar el cabo de Ejército oriundo de Chillan Basclay Zapata Reyes, El Troglo; el cara de santo Fuentes, soldado de los Húsares de Angol; el teniente de Ejército Fernando Laureani Maturana, el Pantera rosa; el cabo de carabineros Mano negra Max; Concha, motorista de Krassnoff, venido desde una base de la FACH; Gordillo, motorista de la comandancia de la DINA; el Gringo; Tullo Marambio; el Muñeca; el Rony, y muchos otros. Todos en busca de Enríquez.
Eran cerca de 50 hombres que se aprestaban a atacar al líder del MIR, mientras en el interior de la casa, Humberto Sotomayor, José Bordaz, Carmen Castillo y Miguel Enríquez planeaban el escape. Este último propuso salir en el Fiat 125 disparando, como tantas veces les había resultado, pero ya era muy tarde. En el exterior, los refuerzos seguían llegando y comenzaban a parapetarse en las casas vecinas. El jefe mirista y sus compañeros observaban cuidadosamente desde las ventanas, como los agentes de seguridad tomaban ubicación.
El silencio camuflado reinaba en el lugar y los corazones parecían arrancarse de sus pechos. Sintiéndose desesperado, abrió fuego, siendo inmediatamente replicado por las fuerzas militares, desatándose el infierno. Enríquez, armado de su fusil AK, disparaba sin pausa. Carmen Castillo fue alcanzada por un balazo en su hombro derecho, desplomándose. Mientras esquirlas y astillas volaban y los tiros rozaban sus cuerpos, Miguel trató de asistir a su compañera.
-¡Catita, despierta, Catita! -gritó, en medio de la ensordecedora balacera, desesperado por el estado de la joven embarazada. El tableteo de las metralletas no cesaba. Agentes de la DINA arrojaron una granada al interior del hogar. Enríquez fue herido, cayó, al tiempo que un hilo de sangre brotaba de su boca. Humberto Sotomayor, médico de profesión, lo creyó muerto, logrando escapar por los patios de las casas aledañas en dirección a calle San Francisco. Lo mismo hizo el Coño Bordaz, hacia Varas Mena, paralela al sur de Santa Fe. En esos precisos instantes, un agente de la DINA se comunicaba por el teléfono de una de las vecinas del lugar solicitando refuerzos, cuando al escuchar los extraños ruidos sobre el tejado, le ordenó:
-Silencio y agáchese -
Mentras ambos oían cómo uno de los miristas corría sobre el techo del hogar de la aterrorizada mujer. En la calle, los apoyos militares no paraban de llegar. Según el Informe Rettig:
"la casa donde se ocultaba Miguel Enríquez, en la comuna de San Miguel, fue rodeada por un nutrido contingente de agentes de seguridad, el que incluía una tanqueta y un helicóptero, quienes comenzaron a disparar".
Sin embargo, las versiones entregadas por los vecinos del sector a los autores de esta investigación, desmienten tajantemente la presencia de ambos vehículos militares aquel día, pero la cifra de uniformados y civiles que participaron en el enfrentamiento, habría superado los 200 efectivos, quienes trataban por todos los medios de vencer al jefe mirista.
Mientras en medio de los disparos, los altavoces de Carabineros ordenaban al atemorizado vecindario permanecer en sus casas, Miguel Enríquez volvía en sí, continuando el tiroteo en forma tenaz y casi suicida, quizás resignado a que esta sería su última pelea contra los militares. Decidió replegarse hacia el patio. Intentando romper el cerco, saltó un muro y gritó:
-¡Paren...paren, yo ya estoy cagado! ¡No disparen más! ¡Hay una mujer embarazada! -alcanzó a decir cuando una bala perforó su cabeza, cayendo sobre el lavarropa de la casa vecina, donde varios efectivos militares ya tenían rodeado el lugar.
Diez impactos de bala terminarían finalmente en el cuerpo de Miguel Enríquez. Agentes de la DINA ingresaron a la casa, golpeando el vientre embarazado de Carmen Castillo, para luego llevarla al Hospital Militar a interrogarla. Debido a los golpes recibidos aquel día y la gran cantidad de sangre que perdió, el pequeño hijo de Carmen y Miguel, fallecería a las semanas de nacer, en Francia, cuando ella ya se encontraba en el exilio. Entre los objetos encontrados aquella tarde en la casa del líder mirista, los agentes hallaron la falsa identificación que lo acreditaba como Arturo Enrique Ortúzar Gaete, ingeniero industrial y supervisor de la empresa minera El Teniente.
Como botín de guerra, sus captores le robaron el reloj Rolex de oro que, en una de sus visitas a Cuba, le había obsequiado Fidel Castro.
El 6 de octubre, el cuerpo de Enríquez era identificado en dependencias del Instituto Médico Legal por su cuñado Francisco Ramírez.
A las 7:30 horas de la mañana del día siguiente, sólo ocho de sus familiares eran autorizados para sepultarlo en el Cementerio General, en medio de fuertes medidas de seguridad que incluían unos 100 carabineros armados con sub ametralladoras.
Así moría, a la edad de 30 años, Miguel Enríquez Espinosa, médico de profesión, descendiente de una distinguida familia penquista y líder del grupo que había declarado "la guerra total" al régimen militar, cuya muerte, lejos de cerrar un capítulo en la historia del MIR, la alzó casi al carácter de leyenda la cual a su vez, nunca perdonó el abandono de sus compañeros de armas, el día del enfrentamiento final.
La historia de José Bordaz Paz, el Caño, quien la prensa de la época, erróneamente informó que se trataba de Andrés Pascal Allende, terminó el 5 de diciembre de 1974, cuando fue emboscado por agentes del SIFA, muriendo dos días después en el Hospital de la Fuerza Aérea de Chile.
Por su parte, al día siguiente del enfrentamiento de calle Santa Fe, Humberto Sotomayor y su esposa María Luz García Ferrada se logran asilar en la embajada de Italia, en una actitud que el MIR rechazaría hasta estos días. En el documento interno "A fortalecer el MIR, avanzando en la lucha", publicado por la Comisión Política en noviembre de 1974, se señalaba:
"Debemos informar con indignación y dolor que Humberto Sotomayor abandonó el combate desde los primeros momentos, en una increíble actitud de cobardía y traición".
Posteriormente viajó a Cuba donde residió por largos años, aislado del MIR y despreciado por el Departamento América al mando de Manuel Barba roja Niñero, quienes lo acusaron de haber abandonado a su jefe. En la isla ingresa al Partido Comunista de Chile y presta asesoría técnica al grupo de Niñero en México. Al paso del tiempo regresó a Chile, dedicándose exclusivamente a su labor de médico en un centro de asistencia pública, negándose a ser entrevistado por esta investigación, quizás queriendo olvidar el hecho que lo marcaría por toda la vida; la muerte de su amigo y "compañero" Miguel Enríquez, el líder de una generación de jóvenes que pretendían cambiar el mundo a su manera. Una historia que se comenzaría a escribir desde las lluviosas tierras del sur de Chile
DANIEL AVENDAÑO - MAURICIO PALMAº
que lindo lo que escribieron...
ResponderEliminaraqui se nota q la muerte de miguel enriquez fue muy importante por algo aun se recuerda...
con esto me convenzo que lo q dice el hijo de miguel (meo) de que los heroes estan fatigados es una mentira porq hay personas como ustedes que siguen en la lucha que empezaron personas como miguel enriquez...
saludos bauchis...
makita :P
Bueno el texto. Lamentable, sí, la bajada, que parece avalar las palabras del Guatón Romo acerca de que Miguel sí que murió como machito, se subentiende que a diferencia del resto que antes de ser ejecutado fue quebrado por la tortura.
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